Quienes apreciamos la comunicación como una herramienta indispensable para el ejercicio del poder conocemos bien sus alcances.
Sabemos que -para cualquier gobierno- tener una buena estrategia de comunicación es un elemento indispensable para la legitimidad, la toma de decisiones y la implementación de políticas públicas.
Al mismo tiempo, la comunicación política puede incidir en la creación de una ciudadanía activa, más consciente y participativa: una ciudadanía que se involucra y promueve transformaciones.
El problema radica cuando las estrategias de comunicación no están basadas en logros concretos.
El engaño así planteado podrá funcionar por un tiempo pero -a largo plazo- un buen grupo de ciudadanos percibirá esa incoherencia entre los hechos y las palabras: la opinión pública condenará al mentiroso, la confianza original se desvanecerá y el castigo vendrá, sea en las urnas o en la calle.
La decepción de Obama
En su primera campaña, Obama logró posicionarse como un gran líder. Capitalizó correctamente lo que significaba su elección: la culminación simbólica de la lucha contra la segregación racial.
Y es que cuando uno veía su foto acompañada de la palabra “Change” sencillamente uno lo creía: el cambio viene.
Las promesas ayudaron: acabará con Guantánamo, será el paladín del desarme nuclear, combatirá el cambio climático, las tropas regresarán a casa…
Con el optimismo a tope Obama se convierte en el presidente de la nación más poderosa. Esas buenas intensiones nos hacían creer que las cosas mejorarían que, de alguna forma, Estados Unidos se convertiría en la nación benevolente que siempre hemos soñado: las estrategias de comunicación funcionaron…
Pero ya en su segundo periodo podemos darnos cuenta que las acciones fallaron: no ha podido cerrar Guantánamo, no ha logrado gran cosa sobre el desarme nuclear ni ha combatido el cambio climático.
Eso sí, las tropas han regresado, pero los drones han surgido como nuevos y eficientes asesinos a distancia.
Las prácticas de Obama, por discretas, son peores a las de Bush: se ocultan en el sigilo y el secreto para no dañar la imagen de su administración.
Por eso Snowden, al revelar la operación de ciberespionaje norteamericano, se convierte automáticamente en el gran villano y, junto con Assange y Manning, en agentes del diablo.
Incongruencias a flote la opinión pública comienza a cobrarle las facturas a Obama: los republicanos poco a poco toman el control de la agenda, las protestas civiles son cada vez más comunes en Estados Unidos y en el resto del mundo se está reafirmando el sentimiento antiamericano.
Que no le pase a Francisco
Francisco, ha sorprendido a católicos y extraños. Ha sido capaz de seguir la receta de sus publirrelacionistas: acercarse a ateos y homosexuales; manejarse con humildad; mostrar apertura…
Sin embargo, los cambios sustanciales dentro de la Iglesia no han llegado.
A Francisco puede pasarle lo mismo que a Obama: si no existe correspondencia entre su estrategia de comunicación y sus acciones los fieles pródigos no tardarán en percibirlo alejándose de nuevo y sumiendo a la desgastada institución en una nueva crisis, tal vez más profunda que la que ahora enfrenta.
Publicado en reporteroshoy.mx el 5 de agosto de 2013
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sábado, 10 de agosto de 2013
Obama y Francisco: cuando las acciones desnudan al discurso.
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