“La traición de las imágenes” es el título de una serie de
cuadros de René Magritte. En uno de ellos -tal vez el más famoso- aparece la
imagen de una pipa y debajo de ella la frase “Ceci n'est pas une pipe”- “Esto no es una pipa”.
Y no lo es: el cuadro de la pipa no es la pipa, es apenas una
representación de lo que se observa. No se niega el objeto, se afirma la imagen
creada a partir de él. Vivimos en un mundo de representaciones: la imagen
pública se construye a partir de ellas.
El discurso continua siendo uno de los recursos preferidos
del político. Como ciudadanos nos gustan las palabras e interpretarlas. Si el
discurso es bueno, de su interpretación dependen nuestras orientaciones, nuestras
acciones, nuestro caminar.
El consultor político Mario Riorda afirma: “cualquier
discurso es algo así como una secuencia de signos que produce un significado. Y
un signo, más que hacer, representa. Por eso la fuerza de un discurso no radica
en lo que uno dice, sino en lo que el otro entiende”.
Se aproximan fechas y esto necesariamente implica la llegada
de una vorágine de posicionamientos, destapes y descalificaciones. La
información llegará a los ciudadanos, será procesada, entendida y cuestionada. Formará
significado que, eventualmente, invitará: a la acción o a la omisión.
Por esta razón, el político se ha subido al gran escenario
para rendir su informe. Su sonrisa sugiere un aire de confianza y cercanía que
generan un ambiente positivo (cosa que los ciudadanos preferimos). Ha escogido
bien sus palabras, ha seguido un plan orientado a cautivar, a mantener el
interés. Su mensaje principal, que es el que permanecerá en el público, debe
ser consistente con el mismo; porque al más mínimo atisbo de incongruencia toda
su estrategia puede fracasar.
Sabe bien que un discurso es capaz de llevarnos de la
ignorancia al conocimiento, del aburrimiento al entretenimiento y de la
pasividad al movimiento.
Nuestra labor frente al discurso no es menos complicada pues -como
comentamos- construimos una imagen a partir de lo que interpretamos. El
político vendrá a ser como la pipa, una representación de lo que el ciudadano
observa. Pero el ciudadano, además de interpretar signos, toma decisiones con
base en la emoción.
Conmovió- lo voto. Cautivó- lo voto. Motivó- lo voto.
Decepcionó- lo boto. Mintió- lo boto. No hay objetividad en la elección, apenas
espacio para hacer de esas elecciones algo más racional. Como ciudadanos
podemos hacerlo.
Así, frente a un político vale la pena preguntarnos: ¿qué
estamos entendiendo de su discurso?, ¿qué está queriendo comunicar? y ¿qué
actitud tomaremos frente a ello?
Dando un paso más: todo ciudadano puede contrastar a un
político. Evalué trayectorias, revise resultados, investigue sobre su vida
personal y entonces, de todas las posibilidades presentes elija a quien
proponga; elija a quien responda a problemas, no a personas; elija a quien
decida escuchar antes de discutir y, sobre todo, elija a quien no repare en
acercarse a usted y preguntarle sobre sus necesidades.
(Publicado originalmente en La Revista Peninsular)